El ideólogo de la desarmada revuelta cívica, de la descentralización. Nudo en el tejido. El despertador para asumir el papel propio.

El de «El poder de las Redes» :

Que estamos en un tiempo de cambios y que esos cambios tienen que ver de alguna manera con las “redes sociales” es ya una idea común, extendida y repetida hasta el cansancio. Sin embargo nadie parece tener muy claro qué son esas famosas redes y sobre todo qué tienen de nuevo. A fin de cuentas, si de las redes que hablamos son las que forman las personas al relacionarse unas con otras, la sociedad siempre fue una red. Y si hablamos de movimientos de activistas también estuvieron siempre ahí, relacionándose unos con otros en una especie de universo hiperactivo y paralelo.

Hay sin embargo dos elementos nuevos que todo el mundo entiende intuitivamente relacionados con esta cuestión. Por un lado Internet y su consecuencia más directa: la eclosión de una nueva esfera de relación social que pone en contacto a millones de personas cada día. Por otro la aparición en los últimos años de una amplia literatura sobre redes aplicada a todos los campos, desde la Física o la Biología hasta la Economía, con toda su inevitable secuela de libros de divulgación, aplicaciones al marketing y juegos publicitarios.

Y luego está toda una serie de movimientos que van desde la revolución hasta la protesta cívica, pasando por una nueva suerte de sofisticadas algaradas que nadie sabe clasificar muy bien y que llenan páginas en los periódicos. Saltaron a la luz pública cuando en el año 2000 una multitud tomó las calles de Manila para pedir la dimisión del presidente Estrada. Los medios destacaron entonces la ausencia de convocantes y cómo las organizaciones políticas y sindicales se vieron arrastradas a seguir a la gente en vez de dirigirla. Pero aquello estaba lejos de nuestra vieja Europa y tampoco le hicimos demasiado caso, tan sólo el suficiente como para que muchos de los miles de protagonistas de las movilizaciones del 13 de marzo de 2004 en España supieran hasta qué punto podían impulsar un cambio decisivo. Fue “la noche de los teléfonos móviles” y, aunque todavía se discute hasta qué punto pudo influir en el resultado electoral del día siguiente, nadie puede negar que supuso un momento de radical novedad en la Historia española. En un librito publicado en la red unos meses antes, el economista Juan Urrutia había vaticinado la inminencia de este tipo de movilizaciones y aportado las claves metodológicas para entenderlas. Las bautizó también como “ciberturbas”.

Un año y medio después, en noviembre de 2005, la policía francesa confesaba su impotencia para contener la revuelta de los arrabales aduciendo la velocidad a la que los revoltosos ganaban técnicas y experiencias de verdadera “guerrilla urbana”. Bajo todo aquello, una vez más, una red social en eclosión alimentada por cientos de personas que se coordinaban mediante teléfonos móviles y publicaban blogs. Durante aquellas semanas la noche era de los móviles, el día de los blogs.

Algunos apuntan a la aparición de un nuevo y misterioso sujeto colectivo. Howard Rheingold lo llamó las “multitudes inteligentes”. En este libro no nos acercaremos a ellas como si formaran parte de un mismo movimiento, con objetivos más o menos comunes, sino como síntomas de una nueva forma de organización y comunicación social que poco a poco va tomando fuerza… y con la que se pueden defender ideas muy diferentes, cuando no opuestas. Movilizaciones informativas como las que condujeron al “macrobotellón” de la primavera de 2006 o el descrédito popular de Dan Brown en España entrarían también en este hit parade de ciberturbas que revelan que algo está cambiando.

Manual para ciberactivistas

Y, sobre todo, de la enredadera:

Hemos visto cómo ese uso radical de la propiedad y las herramientas de mercado tienden a disolver o negar instituciones como el estado nacional o la empresa, teóricamente sólo justificables como violaciones de partida de los modelos de competencia libre y perfecta. Configurando nuevos espacios diversos y reticulares, nuevos escenarios urbanos y profundos cambios en la cotidianeidad.

Apenas nos queda dibujar el orden moral del nuevo mundo red. Pero sabemos que todo lo que dibujemos ahora no será sino una aproximación al momento más que a la tendencia, un tal como somos sin gran detalle, pues los modelos como la investigación universitaria sólo prefigurarán el futuro de un modo parecido a como el monasterio medieval prefiguró la sociedad industrial.

Sabemos que el nuevo mundo no valorará el éxito individual sobre la renta, sino sobre la capacidad de influencia y la difusión en las redes. Incluso podemos intuir que valorará más la calidad que el número de la audiencia.

Sabemos que el reconocimiento sustituye en nuestro mundo a la riqueza monetaria en la consideración de las personas, pero también que el mismo concepto identitario de individuo hace aguas. Ya no nos definimos obsesivamente sobre una jerarquía de identidades que parten del yo único hacia el nosotros nacional constreñido gracias a un ellos diferente y adverso.

Somos muchos yoes saltando como caballos de ajedrez por un damero en red, huyendo de toda forma de coherción grupal, disfrutando de nuestra propia diversidad de objetivos (esos chicos listos pero dispersos que retrataban nuestros profesores) y capitalizando en reconocimiento nuestras diferencias.

Somos hijos de un mundo red, de Internet y la caida del muro de Berlín, de la ironía frente a lo político y el rechazo a la obsesividad productiva del tiempo ordenado a látigo y reloj. Valoramos en todo terreno, más el flujo que el stock, la relación que el contrato, lo que provee el contacto más que lo que asegura la propiedad formal. Desradicados, tenemos patitas en todos los mundos, pero raices en ninguno. Tal como somos: como una enredadera y no como un árbol.