Cuando uno se queda sin los circuitos cerebrales que aseguran la memoria, como en la psicosis de Korsakoff, no sólo pierde la capacidad de retener eventos sino que pierde los hitos que guían el relato interno. La característica fundamental de dicha psicosis es la fabulación: los pacientes inventan una historia falsa pero que une de forma coherente unos elementos dados que pueden no tener relación entre sí. Generan un relato ficticio que una los puntos relevantes de la historia interna. El cerebro no lanza pantallazos azules o errores de sintaxis, simplemente inventa líneas que permitan seguir ejecutando código. Como dice Roger Highfield en Edge a cuenta de la necesidad de un relato en la ciencia:

Hay una predilección humana por hacer narrativas de cualquier cosa que nos rodee, a ver una agencia en las oscuras sombras y mensajes en las estrellas. Con estas pautas podemos encontrar héroes también. Las historias que crean héroes son importantes porque pavimentan reputaciones, vitales para la evolución de la cooperación, mediante un mecanismo llamado reciprocidad indirecta.

La memoria no es un registro de todos los eventos que nos suceden. Es sólo el registro de todos los eventos emocionalmente relevantes. Esos eventos son los hitos en el camino, las entradas en el timeline, los elementos clave de la historia. Pero el hilo que los une, el camino que los recorre no queda registrado y, por tanto, es susceptible a la fabulación, a la ficción y, ojo, a la manipulación. Cuantos más hitos relevantes queden registrados más fidedigno será el relato, la narración, a lo acontecido realmente. El registro de los hitos dependerá de tres cosas: de lo emocionalmente relevantes que sean los eventos que llevan al registro de un hito, del tipo de connotación emocional (positiva o negativa) a la que se haya asociado el evento y del tiempo que haya pasado desde su acontecimiento. El relato, es decir, la conexión entre hitos y su contexto, dependen de dos cosas a priori: de los prejuicios y de los intereses del narrador, y ambos, a su vez, dependen de la experiencia previa, de los hitos ya registrados. En definitiva, el relato biográfico, histórico, político e incluso el científico, están muy condicionados por las emociones del narrador. El gran valor que aporta el método científico para evitar los sesgos de la emoción es que el relato se ha de ceñir a unos métodos y las conclusiones a los resultados. De esa forma, aunque no se demuestre experimentalmente cada paso, cada mecanismo, se garantiza un alto nivel de veracidad en dichas conclusiones, incluso cuando se especula.

En los últimos tiempos, especialmente en Las Indias, pero en otros muchos lugares y a cuenta de diferentes temas (del nacionalismo a la crisis) he visto muchos textos destacando la importancia de elaborar un relato como paso fundamental en el cambio (o refuerzo) de un paradigma. La idea fundamental es que la consecución de logros, particularmente, logros comunitarios depende de la cohesión de la comunidad que los ha de llevar a cabo y la cohesión depende de que dicha comunidad sea una comunidad que comparte motivaciones, intereses y objetivos. Compartir todo eso implica un bagaje emocional común que incluye experiencias emocionalmente relevantes (hitos) comunes y un relato que de cohesión a esos hitos. No sólo eso, puede que también sean imprescindibles actos comunitarios que ayuden a consolidar, transmitir y perpetuar ese relato. Es decir, seguramente son tambien imprescindibles los mitos y los rituales. En resumen, la comunidad real necesita de una religio (en oposición a una superstitio).

La narrativa política estándar se basa en la lógica del Estado-Nación. Los análisis, las estadísticas, los marcos legales, las soluciones… prácticamente todo lo que articula la vida comunitaria se basa en una comunidad imaginaria (dentro de la cual puede haber identidades diversas, clases sociales alejadas, etnias, religiones y creencias dispares y, lo que es peor, objetivos divergentes) que es la Nación. El conjunto de normas y relaciones dentro de los elementos de esa comunidad imaginada configuran el Estado. Pero en una sociedad como la actual, extremadamente plural, versátil y nómada, la lógica del Estado-Nación se agrieta, hace aguas. Por varias razones que en Las Indias aglutinan bajo el término «descomposición«, pero de las cuales destacaría dos:

  • Por un lado por un problema de escala. El Estado-Nación es un mastodonte de dificil manejo, rígido hasta la exasperación y lento en sus resultados, lo que contrasta con la velocidad a la que se mueven las periferias del sistema, en cualquier sentido. Esta misma razón de escala es la que hace del Estado-Nación el objetivo idóneo de los capturadores de rentas y, por tanto, de que los objetivos de dicho Estado-Nación en no pocas ocasiones sean directamente contrarios a los objetivos de sus ciudadanos, integrantes teóricos de dicho tipo de comunidad.
  • Por otro lado por un problema de concepto. El Estado-Nacion está determinado por un contexto histórico en el que los hitos, el relato, son impuestos, no propios. Lo que sucediera en Trafalgar o en la Guerra de Sucesión Española es algo que poco tiene que ver con mis afectos, mi comunidad de pares, mis seres queridos o mis objetivos vitales. Sin embargo todo el relato público y, lo que es peor, la legislación derivada, se articula teniendo como base a una comunidad imaginaria configurada en torno a un relato que, en su mayor parte es ajeno a los ciudadanos de a pie. Al final, como sugiere Hobsbawm, y como parece que va calando, por fin, incluso en la izquierda tradicional,el Estado-Nación no es nada más que el relato de las élites. Sean éstas la Casa de Habsburgo, la Iglesia Católica o el Partido Comunista Chino. El relato sólo refleja el juego de tronos, no la marea de fondo. Pero el poder del relato es tan enorme que cuando quienes no forman parte de esas élites hacen propio el relato y asumen los supuestos de dichas élites, pueden llegar a enorgullecerse de morir por esas élites.

De ahí que la idea de acabar con el Estado-Nación no tenga como objetivo promover otros Estados-Nacion, sino destruir el relato actual en favor de uno que de consistencia interna a los afectos, anhelos, objetivos y relaciones de nuestras comunidades reales (seguramente pertenecemos a varias simultáneamente). Y nuestra comunidad real pueden ser nuestros familiares, nuestros vecinos, nuestros pacientes, nuestros compañeros de trabajo…la gente a la que influenciamos y que nos influencia de forma directa y clara. Cada comunidad, en función de aquello que comparta, tendrá su relato, sus mitos y rituales, sus sitios de reunión, sus compromisos, sus obligaciones y derechos dentro de esa comunidad…  Es decir, todo ha de ser articulado en torno a un sistema normativo, legal y administrativo que se adapte bien a la existencia de relatos diversos, organizados de forma estratificada: el confederalismo asimétrico.

Mientras sigamos aceptando la lógica del Estado-Nación, aceptamos, de forma implícita o explícita, los principios de nacionalidad (en vez del de ciudadania) en nuestros prejuicios respecto a la inmigración, estaremos aceptando la lógica de los aranceles que protegen a «nuestras» empresas y que hunden a los productores emergentes, estaremos avalando o simpatizando con reivindicaciones territoriales que nada tienen que ver con nuestras vidas, aceptaremos injerencias constantes en nuestra intimidad en pro de una seguridad nacional, estaremos asumiendo imposiciones ideológicas inausmibles en la educación de nuestros hijos y así hasta el infinito…

En resumen, en los mundos que vienen, es fundamental tomar el control del relato frente a una narrativa global estándar basada en un relato propio de las élites que gira en torno al mayor lastre para la nueva transición, la idea de Estado-Nación. Infinitos relatos superpuestos y basados en hitos emocionalmente relevantes para las comunidades reales, no para las imaginarias.