Mira hacia atrás, sin sorpresa, como si siempre hubiera estado seguro de que así sería. Hacia abajo ahora, por un instante piensa que no lo merece, que le queda grande. Sube de tres saltos, salvando el escollo (caer es no volver a ganar ningún otro). Y hacia abajo (de nuevo), se frota las manos, se le ha notado. Está ahí de prestado. Duda: besos o ¿reverencia?. Reverencia. Al frente, sonríe. Wow. No fija la mirada, pero no vuelve a bajar la cabeza. Mira al «cast» pero enfocando al autocue de su cabeza, y coge el trofeo con fuerza. Thank you, demasiado rudo, respetuoso pero increible. Y huye, del público y, tierno, se refugia en su madre. Ya no tiene que desviar la mirada, con ella y en su lengua, está seguro. Y, a falta de segundos y en el regazo, crece. Agarra la recompensa, mamá, los cómicos, dignidad, orgullo y España. Toda la épica a relucir, chin pun. Reverencia y sonrisa de oreja a oreja. Y el rabo. Por la puerta grande.

Fuera de casa el campo es mas pequeño pero si el balón llega, aunque sea a media altura, chilena. Y gol.

Bardem, triunfador: